lunes, 9 de abril de 2012

El niño que quería donar sangre

Érase una vez un joven de 16 años que quería donar sangre, y la normativa vigente no se lo permitía. Para poder donar sangre necesitaba ser mayor de edad; es decir, haber cumplido los 18 años. El joven supo esperar y cuando llegó a la mayoría de edad donó sangre, se sacó el carné de conducir y voto en sus primeras elecciones democráticas. 



Al principio el chaval acudía al Centro Regional de Transfusiones Sanguíneas con naturalidad, pero con el paso del tiempo fue notando cierta animadversión por parte de sus padres, en concreto de su madre. Había rumores sobre transmisiones de enfermedades, especialmente hepáticas, relacionadas con transfusiones. Es posible que en anteriores décadas hubiera habido casos aislados de dichos contagios pero, con el avance científico, esos riesgos para el donante eran inapreciables. Así lo razonaba y se auto-convencía nuestro protagonista, que dejó de comentar en casa sus visitas al Centro de Transfusiones. Él entendía la postura de su madre, que no hacía más que defender a su hijo de cualquier riesgo potencial, por muy minúsculo que éste fuera. Pero tenía muy claro que iba a seguir donando sangre, porque no hay nada en este mundo que te haga más feliz que ser útil a los demás y porque no hay mayor sentimiento de utilidad que darle, o mejor dicho, devolverle la vida a alguien.


Pasaron los años, y las donaciones de sangre se fueron sucediendo. Un año, la madre de nuestro donante sufrió una úlcera digestiva con una importante hemorragia. La gravedad del cuadro clínico hizo que fuera ingresada de urgencia en un centro hospitalario, donde se le practicaron distintas maniobras diagnósticas y terapéuticas a fin de estabilizar su situación. Había perdido mucha sangre, más de lo fisiológicamente permitido, y necesitaba con urgencia que se le transfundieran varias bolsas de sangre. Las maniobras realizadas diagnosticaron la hemorragia y lograron pararla. Las bolsas de sangre administradas consiguieron estabilizar la situación. 


Cuando su hijo acudió al hospital y se enteró de todo lo sucedido, no pudo evitar acordarse de aquellos años donde había tenido que justificar ante sus padres su punto de vista cada vez que acudía a donar sangre. No pudo más que recordar la cantidad de veces que, a pesar de la adversidad, había ido a donar sangre y de la cantidad de vidas que potencialmente había salvado. Viendo a  su madre en la UCI, entendió que no era el momento de traer aquellas discusiones a colación y se cayó. Y, aprovechando que ya le tocaba, acudió por enésima vez al Centro de Transfusiones a donar sangre.

Si eres mayor de edad y estás sano, no dejes pasar la oportunidad de sentirte útil con los demás. Dona sangre, dona vida. Cualquier día la puede necesitar alguien de los tuyos.
      

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